Blogia
SIN RODEO

Historia

Roberto Rodríguez "El Vaquerito", el Jefe del Pelotón Suicida

Roberto Rodríguez "El Vaquerito", el Jefe del Pelotón Suicida

Por Leonel Iparraguirre González.

Tiene la historia  de la ciudad avileña de Morón, una página llena de audacia y heroísmo, protagonizada por un sencillo y humilde hijo de este pueblo, quien llegó a esta localidad siendo un niño y donde vivió parte de su juventud. Aquí se conoció como “Motica”, un muchacho de baja estatura, dicharachero y dispuesto a asumir las más disímiles tareas ante las condiciones económicas que imponían las circunstancias de la época.

Su nombre verdadero era Roberto Rodríguez Fernández. Cuando pequeño jugaba a la pelota y a las bolas con sus amigos en los parques y cuando entró en su etapa juvenil se vio obligado a ganar el sustento económico de su casa realizando las más variadas actividades, desde vendedor de productos para limpiar  muebles, hasta ayudante de una cartomántica que  existía en la localidad.

Así fue muy conocido en Morón, aunque sin ningún otro mérito que no fuera el que se había ganado con sus habilidades como  comerciante.

Las condiciones del país se tornaban difíciles con la arrogancia de una dictadura que cobraba víctimas, mientras el pueblo vivía en condiciones sumamente precarias. Ello condujo a que aquel joven decidiera marcharse hasta el lomerío con una pequeña mochila al hombro donde llevaba como única pertenencia un par de botas de corte vaquero, y así estableció contacto con las fuerzas rebeldes del naciente Movimiento 26 de Julio.

Un día lo recibió en la manigua  la heroína Celia Sánchez, quien se lo presentó a Fidel, pero a decir verdad, pocas condiciones físicas le vieron a aquel joven que aspiraba unirse a las tropas de vanguardia, y ante su persistencia de mantenerse junto a ellos, aceptaron su incorporación y fue Celia quien lo bautizó entonces con el nombre de El Vaquerito al verlo tan pequeño con aquellas botas.

El nuevo guerrillero de la Sierra hacia cuentos que provocaban la risa de los rebeldes y siempre  estaba dispuesto a cumplir cuántas órdenes se les impartían. Fue entonces  cuando Fidel organiza la invasión al occidente del país y designa a Ernesto Che Guevara al frente de la columna invasora, quien nombra a Roberto Rodríguez  como jefe del pelotón suicida. En esta relevante misión supo mostrar su coraje y dotes de combatiente revolucionario hasta  encontrar su muerte el 30 de diciembre de 1958 durante las acciones de la toma de Santa Clara. Caía en combate El Vaquerito, un joven que no conoció el miedo y que siempre estuvo dispuesto a ocupar la primera trinchera del deber. Al conocer la noticia el Che expresó al resto de los integrantes de la columna invasora: “nos han matado cien hombres”.

Carta de un joven cubano a "El Vaquerito"

Carta de un joven cubano a "El Vaquerito"

Colaboración de Larry Morales Rodríguez

Regresaste convertido en cien, en mil, en millones de hombres, justamente el día en que desde aquella azotea, frente a la Estación de Policía de Santa Clara, te empeñaste en asaltar la posteridad. La bala que un 30 de diciembre de 1958, hace ya más de medio siglo, atravesó tu cabeza, te llenó de vida e hizo que de tu pecho nacieran cien guerreros.
 
Tu no habrías sido un mártir de la Revolución si no hubieras vivido en el tiempo y el espacio dentro de los cuales transcurrió tu breve existencia.  Quiero decir con esto que influyeron determinantemente los años de lucha contra el dictador Batista, los años en que ya había nacido la Generación del Centenario, los años precisos en que todo estaba listo para el estallido de una revolución social. También el entorno fue importante, es decir, una montaña con una ladera verde y suave, donde naciste y aprendiste a amar a los patriotas de antaño: esa montaña fue Los Hondones; una ciudad donde aprendiste a buscarte la vida haciendo malabares contra la miseria: esa ciudad fue Morón; otra montaña alta y escarpada, con un pico que es una leyenda entre las nubes, donde hiciste nacer el héroe: esa otra montaña fue la Sierra Maestra; y otra ciudad donde moriste como el más valiente de los guerrilleros y fuiste a habitar el infinito: esa otra ciudad fue Santa Clara.

Tampoco lo habrías sido si no hubiera existido un Fidel quien, cual timonel de una nave de ensueños que transita a través de los vericuetos de la dignidad, te guió en un viaje hacia la mismísima esencia de la vida; sí, porque Fidel fue para ti como una leyenda, el gigante invencible con quien soñabas desde niño, el Quijote que se lanzó a los caminos a lavar las afrentas y a remedar las injusticias.

Claro, tú nunca pensaste en la gloria que te inmortalizó. Jamás te imaginaste ser uno de los protagonistas de esta Revolución que en breve cumplirá 52 años. Nadie sabe, a lo mejor si no hubieras caído en Santa Clara la víspera de la victoria lo hubieras hecho en el Congo o en Bolivia o en Viet Nam o en Angola... o en cualquier lugar donde se defendieran razones y fronteras, principios y sueños.

Es por eso que ahora y siempre permaneces como una metáfora de pólvora; es por eso que las palabras se ahuecan cuando tienen que conformar tu historia; es por eso que te escribo esta carta abierta para que todos se enteren que no has muerto.

Datos del autor: Larry Morales Rodríguez, escritor moronense, autor del Libro El Jefe del Pelotón Suicida.

Así llegó el ferrocarril a Morón

Así llegó el ferrocarril a Morón

Por Leonel Iparraguirre González

El pueblo de Morón a través de la historia se ha tenido que imponer a las vicisitudes devenidas del propio establecimiento del poblado en un lugar de condiciones adversas.

Una de esas condiciones partió por no contar con un puerto de salida al mar, factor indispensable entonces para lograr el desarrollo socioeconómico, lo que obligó a que sus habitantes se abrieran paso con un acceso al mar, mediante la creación un ferrocarril de madera, lo cual a mediados del siglo XIX salvó el obstáculo de esteros y pantanos para poder llegar hasta la Laguna Blanca o Laguna de la Leche, un gran desafío a vencer. Los tiempos avanzaron y Morón logra su desarrollo con una época de esplendor en la primera mitad del siglo XIX, para superar con creces a las poblaciones más cercanas.

Al comenzar la línea fortificada de la trocha, se inicia también el trazado de un ferrocarril que se extendía desde el puerto de Júcaro en el extremo sur de esta región central del país hasta la vertiente norte, lo que se considera como una obra sin precedentes en la época de la colonia española.

Aquel ferrocarril cumplía un objetivo militar por excelencia, ya que servía para el traslado de tropas y recursos militares. Fue entonces en 1880 cuando las paralelas del ferrocarril llegan al floreciente poblado de Morón. Aún hay recuerdos de las primeras locomotoras que entraron a la estación inaugurada en 1884 en esta localidad, incluso quedó grabado el nombre de La Almirante, máquina de vapor también conocida como La Carnicera por la cantidad de brazos y piernas que mutiló.

No dejó de ser un grave problema para la localidad la llegada de aquellas máquinas, pues las construcciones prevalecientes eran de yagua y techos de guano, por lo cual no pocas viviendas cogieron candela con el fuego que desprendían aquellas locomotoras de vapor.

En el siglo XX llega el ferrocarril central y nuevamente Morón queda aislado del resto de Cuba, ya que desafortunadamente al estar localizado en la costa norte impide que esta nueva vía de comunicación cruce por esta localidad.

En 1916 ocurre un hecho singular, ya que se gesta un proyecto monopólico, consistente en la formación de un nuevo ferrocarril, el más influyente de la isla, el que se extendería desde el puerto de Nuevitas hasta Caibarién, y que más tarde se convierte en el Ferrocarril Norte de Cuba.

Por suerte, Morón tiene en esta ocasión el privilegio de ocupar el centro de esa red y se construye entonces una obra muy importante en la historia de la región central: los talleres de reparación de locomotoras y coches, contratados por una compañía norteamericana que disponía de alta tecnología, la Baldwing.

Por entonces se comienza a edificar la Terminal Ferroviaria de Morón, uno de los edificios más majestuosos de la localidad con una estructura que no se corresponde con ninguna otra del entorno, de carpintería diferente, mármoles trabajados e importados y una herrería de excepcionalidad.

Han transcurrido más de ocho décadas desde que la Terminal ferroviaria de Morón abrió sus puertas y decenas de miles de personas han pasado por sus andenes y locales, y aún la edificación reluce como el primer día.